Ga 4, 4).
Mc 13, 35. 37). La breve parábola del señor que se fue de viaje y de los criados a los que dejó en su lugar muestra cuán importante es estar preparados para acoger al Señor, cuando venga repentinamente. La comunidad cristiana espera con ansia su "manifestación", y el apóstol san Pablo, escribiendo a los Corintios, los exhorta a confiar en la fidelidad de Dios y a vivir de modo que se encuentren "irreprensibles" (cf. 1Co 1, 7-9) el día del Señor. Por eso, al inicio del Adviento, muy oportunamente la liturgia pone en nuestros labios la invocación del salmo: "Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación" (Sal 84, 8).
Gaudium et spes del concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual: es un texto profundamente impregnado de esperanza cristiana. Me refiero, en particular, al número 39, titulado "Tierra nueva y cielo nuevo". En él se lee: "La revelación nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia (cf. 2Co 5, 2; 2P 3, 13). (...) No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra". En efecto, recogeremos los frutos de nuestro trabajo cuando Cristo entregue al Padre su reino eterno y universal. María santísima, Virgen del Adviento, nos obtenga vivir este tiempo de gracia siendo vigilantes y laboriosos, en espera del Señor.