Esta mañana tuve la alegría de dedicar una nueva iglesia parroquial, consagrada a María, Estrella de la Evangelización, en el barrio Torrino norte de Roma. Es un acontecimiento que, aunque de por sí atañe a ese barrio, cobra un significado simbólico dentro del tiempo litúrgico del Adviento, mientras nos preparamos para celebrar la Navidad del Señor.
Jn 1, 14). La construcción de una iglesia entre las casas de un pueblo o de un barrio de una ciudad evoca este gran don y misterio.
1P 2, 4-5) y san Pablo (cf. Ef 2, 20-22) ponen de relieve que la "piedra angular" de este templo espiritual es Cristo y que, unidos a él y bien compactos, también nosotros estamos llamados a participar en la edificación de este templo vivo. Por tanto, aunque Dios es quien toma la iniciativa de venir a habitar en medio de los hombres, y él mismo es el artífice principal de este proyecto, también es verdad que no quiere realizarlo sin nuestra colaboración activa.
Ap 21, 1-3).
El Adviento nos invita a dirigir la mirada a la "Jerusalén celestial", que es el fin último de nuestra peregrinación terrena. Al mismo tiempo, nos exhorta a comprometernos, mediante la oración, la conversión y las buenas obras, a acoger a Jesús en nuestra vida, para construir junto con él este edificio espiritual, del que cada uno de nosotros -nuestras familias y nuestras comunidades- es piedra preciosa.
Ciertamente, entre todas las piedras que forman la Jerusalén celestial María santísima es la más espléndida y preciosa, porque es la más cercana a Cristo, piedra angular. Pidamos por su intercesión que este Adviento sea para toda la Iglesia un tiempo de edificación espiritual y así se apresure la venida del reino de Dios.