Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del Mi‚rcoles 13 de marzo de 2002
Dios renueva los prodigios de su amor
1. La liturgia, al poner en las Laudes de una manana el salmo (Sal 77, 1-21), que acabamos de proclamar, quiere recordarnos que el inicio de la jornada no siempre es luminoso. Como llegan d¡as tenebrosos, en los que el cielo se cubre de nubes y amenaza tempestad, as¡ en nuestra vida hay d¡as densos de l grimas y temor. Por eso, ya al amanecer, la oraci¢n se convierte en lamento, s£plica e invocaci¢n de ayuda.
Nuestro salmo es, precisamente, una imploraci¢n que se eleva a Dios con insistencia, profundamente impregnada de confianza, m s a£n, de certeza en la intervenci¢n divina. En efecto, para el salmista el Senor no es un emperador impasible, reiterado en sus cielos luminosos, indiferente a nuestras vicisitudes. De esta impresi¢n, que a veces nos embarga el coraz¢n, surgen interrogantes tan amargos que constituyen una dura prueba para nuestra fe: "?Est Dios desmintiendo su amor y su elecci¢n? ?Ha olvidado el pasado, cuando nos sosten¡a y hac¡a felices?". Como veremos, esas preguntas ser n disipadas por una renovada confianza en Dios, redentor y salvador.
2. As¡ pues, sigamos el desarrollo de esta oraci¢n, que comienza con un tono dram tico, en medio de la angustia, y luego, poco a poco, se abre a la serenidad y a la esperanza. Encontramos, ante todo, la lamentaci¢n sobre el presente triste y sobre el silencio de Dios (cf. vv. 2-11). Un grito pidiendo ayuda se eleva a un cielo aparentemente mudo; las manos se alzan en senal de s£plica; el coraz¢n desfallece por la desolaci¢n. En la noche insomne, entre l grimas y plegarias, un canto "vuelve al coraz¢n", como dice el vers¡culo 7, un estribillo triste resuena continuamente en lo m s ¡ntimo del alma.
Cuando el dolor llega al colmo y se quisiera alejar el c liz del sufrimiento (cf. Mt 26, 39), las palabras explotan y se convierten en pregunta lacerante, como ya se dec¡a antes (cf. Sal 77, 8-11). Este grito interpela el misterio de Dios y de su silencio.
3. El salmista se pregunta por qu‚ el Senor lo rechaza, por qu‚ ha cambiado su rostro y su modo de actuar, olvidando su amor, la promesa de salvaci¢n y la ternura misericordiosa. "La diestra del Alt¡simo", que hab¡a realizado los prodigios salv¡ficos del xodo, parece ya paralizada (cf. v. 11). Y se trata de un aut‚ntico "tormento", que pone a dura prueba la fe del orante.
Si as¡ fuese, Dios ser¡a irreconocible, actuar¡a como un ser cruel, o ser¡a una presencia como la de los ¡dolos, que no saben salvar porque son incapaces, indiferentes e impotentes. En estos vers¡culos de la primera parte del salmo 76 se percibe todo el drama de la fe en el tiempo de la prueba y del silencio de Dios.
4. Pero hay motivos de esperanza. Es lo que se puede comprobar en la segunda parte de la s£plica (cf. vv. 12-21), que se asemeja a un himno destinado a volver a proponer la confirmaci¢n valiente de la propia fe incluso en el d¡a tenebroso del dolor. Se canta el pasado de salvaci¢n, que tuvo su epifan¡a de luz en la creaci¢n y en la liberaci¢n de la esclavitud de Egipto. El presente amargo es iluminado por la experiencia salv¡fica pasada, que constituye una semilla sembrada en la historia: no est muerta, sino s¢lo sepultada, para brotar m s tarde (cf. Jn 12, 24).
Luego, el salmista recurre a un concepto b¡blico importante: el del "memorial", que no es s¢lo una vaga memoria consoladora, sino certeza de una acci¢n divina que no fallar nunca: "Recuerdo las proezas del Senor; s¡, recuerdo tus antiguos portentos" (Sal 77, 12). Profesar la fe en las obras de salvaci¢n del pasado lleva a la fe en lo que es el Senor constantemente y, por tanto, tambi‚n en el tiempo presente. "Dios m¡o, tus caminos son santos: (...) T£ eres el Dios que realiza maravillas" (vv. 14-15). As¡ el presente, que parec¡a un callej¢n sin salida y sin luz, queda iluminado por la fe en Dios y abierto a la esperanza.
5. Para sostener esta fe, el salmista probablemente cita un himno m s antiguo, que tal vez se cantaba en la liturgia del templo de Si¢n (cf. vv. 17-20). Es una clamorosa teofan¡a, en la que el Senor entra en escena en la historia, trastornando la naturaleza y en particular las aguas, s¡mbolo del caos, del mal y del sufrimiento. Es bell¡sima la imagen de Dios caminando sobre las aguas, signo de su triunfo sobre las fuerzas del mal: "T£ te abriste camino por las aguas, un vado por las aguas caudalosas, y no quedaba rastro de tus huellas" (v. 20). Y el pensamiento se dirige a Cristo que camina sobre las aguas, s¡mbolo elocuente de su victoria sobre el mal (cf. Jn 6, 16-20).
Al final, recordando que Dios gui¢ "como un rebano" a su pueblo "por la mano de Mois‚s y de Aar¢n" (Sal 77, 21), el Salmo lleva impl¡citamente a una certeza: Dios volver a conducir hacia la salvaci¢n. Su mano poderosa e invisible estar con nosotros a trav‚s de la mano visible de los pastores y de los gu¡as que ‚l ha constituido. El Salmo, que se abre con un grito de dolor, suscita al final sentimientos de fe y esperanza en el gran Pastor de nuestras almas (cf. Hb 13, 20; 1P 2, 25).
(L'Osservatore Romano - 15 de marzo de 2002)