Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del mi‚rcoles 5 de noviembre de 2003

Oraci¢n en el peligro

1. En las anteriores catequesis hemos contemplado en su conjunto la estructura y el valor de la Liturgia de las V¡speras, la gran oraci¢n eclesial de la tarde. Ahora queremos adentrarnos en ella. Ser  como realizar una peregrinaci¢n a esa especie de "tierra santa", que constituyen los salmos y los c nticos. Iremos reflexionando sucesivamente sobre cada una de esas oraciones po‚ticas, que Dios ha sellado con su inspiraci¢n. Son las invocaciones que el Senor mismo desea que se le dirijan. Por eso, le gusta escucharlas, sintiendo vibrar en ellas el coraz¢n de sus hijos amados.

Comenzaremos con el Sal 141, 1-10, con el cual se inician las V¡speras dominicales de la primera de las cuatro semanas en las que, despu‚s del Concilio, se ha articulado la plegaria vespertina de la Iglesia.

2. "Suba mi oraci¢n como incienso en tu presencia; el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde". El vers¡culo 2 de este salmo se puede considerar como el signo distintivo de todo el canto y la evidente justificaci¢n de que haya sido situado dentro de la Liturgia de las V¡speras. La idea expresada refleja el esp¡ritu de la teolog¡a prof‚tica, que une ¡ntimamente el culto con la vida, la oraci¢n con la existencia.

La misma plegaria, hecha con coraz¢n puro y sincero, se convierte en sacrificio ofrecido a Dios. Todo el ser de la persona que ora se transforma en una ofrenda de sacrificio, como sugerir  m s tarde san Pablo cuando invitar  a los cristianos a ofrecer su cuerpo como v¡ctima viva, santa, agradable a Dios: este es el sacrificio espiritual que le complace (cf. Rm 12, 1).

Las manos elevadas en la oraci¢n son un puente de comunicaci¢n con Dios, como lo es el humo que sube como suave olor de la v¡ctima durante el rito del sacrificio vespertino.

3. El salmo prosigue con un tono de s£plica, transmitido a nosotros por un texto que en el original hebreo presenta numerosas dificultades y oscuridades para su interpretaci¢n (sobre todo en los vers¡culos 4-7).

En cualquier caso, el sentido general se puede identificar y transformar en meditaci¢n y oraci¢n. Ante todo, el orante suplica al Senor que impida que sus labios (cf. v. 3) y los sentimientos de su coraz¢n se vean atra¡dos y arrastrados por el mal y lo impulsen a realizar "acciones malas" (cf. v. 4). En efecto, las palabras y las obras son expresi¢n de la opci¢n moral de la persona. Es f cil que el mal ejerza una atracci¢n tan grande que lleve incluso al fiel a gustar los "manjares deliciosos" que pueden ofrecer los pecadores, al sentarse a su mesa, es decir, participando en sus malas acciones.

El salmo adquiere casi el matiz de un examen de conciencia, al que sigue el compromiso de escoger siempre los caminos de Dios.

4. Con todo, al llegar a este punto, el orante siente un estremecimiento que lo impulsa a una apasionada declaraci¢n de rechazo de cualquier complicidad con el imp¡o: no quiere en absoluto ser hu‚sped del imp¡o, ni permitir que el ungento perfumado reservado a los comensales importantes (cf. Sal 23, 5) atestige una connivencia con los que obran el mal (cf. Sal 141, 5). Para expresar con m s vehemencia su radical alejamiento del malvado, el salmista lo condena con indignaci¢n utilizando unas im genes muy vivas de juicio vehemente.

Se trata de una de las imprecaciones t¡picas del Salterio (cf. Sal 57, 1-12 y Sal 109, 1-31), que tienen como finalidad afirmar de modo pl stico e incluso pintoresco la oposici¢n al mal, la opci¢n del bien y la certeza de que Dios interviene en la historia con su juicio de severa condena de la injusticia (cf. vv. 6-7).

5. El salmo concluye con una £ltima invocaci¢n confiada (cf. vv. 8-9): es un canto de fe, de gratitud y de alegr¡a, con la certeza de que el fiel no se ver  implicado en el odio que los malvados le reservan y no caer  en la trampa que le tienden, despu‚s de constatar su firme opci¢n por el bien. As¡, el justo podr  superar indemne cualquier engano, como se dice en otro salmo: "Hemos salvado la vida como un p jaro de la trampa del cazador; la trampa se rompi¢ y escapamos" (Sal 125, 7).

Concluyamos nuestra lectura del salmo 140 volviendo a la imagen inicial, la de la plegaria vespertina como sacrificio agradable a Dios. Un gran maestro espiritual que vivi¢ entre los siglos IV y V, Juan Casiano, el cual, aunque proced¡a de Oriente, pas¢ en la Galia meridional la £ltima parte de su vida, rele¡a esas palabras en clave cristol¢gica: "En efecto, en ellas se puede captar m s espiritualmente una alusi¢n al sacrificio vespertino, realizado por el Senor y Salvador durante su £ltima cena y entregado a los Ap¢stoles, cuando dio inicio a los santos misterios de la Iglesia, o (se puede captar una alusi¢n) a aquel mismo sacrificio que ‚l, al d¡a siguiente, ofreci¢ por la tarde, en s¡ mismo, con la elevaci¢n de sus manos, sacrificio que se prolongar  hasta el final de los siglos para la salvaci¢n del mundo entero" (Le istituzioni cenobitiche, Abad¡a de Praglia, Padua 1989, p. 92).

(L'Osservatore Romano - 7 de noviembre de 2003)