Introducción
Título
Contenido y división
Prologo. Obra del Traductor
El autor
Fecha de composición
Fin y destinatarios
Doctrina religiosa
Canonicidad
Texto y versiones
Prologo del Traductor Griego

Introducción

Título

Los hebreos designaron el libro del Eclesiástico con el nombre del autor: El libro de Ben Sirac, o más explícitamente, La instrucción de Ben Sirac, El libro de la instrucción de Ben Sirac. También, según el testimonio de San Jerónimo, Libro de las Parábolas o Proverbios (séfer meshálím). Y algunos rabinos de época reciente, Libro de la Doctrina o Sabiduría (séfer müsár). Los manuscritos griegos en su mayoría lo intitulan: Sabiduría de Jesús, hijo Sirac, o más brevemente, Sabiduría de Sirac (Cód. Vat.). Por razón de su contenido, los Padres griegos muchas veces lo citan como s?f?a, o sencillamente ? tta????et??, pues comprende enseñanzas referentes a todas las virtudes. Entre los latinos, que lo designaron con el derivado del griego, Líber lesu filii Sirac, que se encuentra en algunos manuscritos; con el genérico de Sapientia Salomonis, con que lo presenta la Iglesia en su liturgia, prevaleció, a partir de San Cipriano, el de Líber Ecclesiastici, que empleó el concilio Tridentino en la definición del canon de las Escrituras, y con el cual hoy corrientemente lo designamos. Este título le fue dado, o para distinguirlo del Eclesiastés, o más bien por el frecuente uso que se hacía de él en las lecturas de las reuniones de la Iglesia primitiva. Por el gran número y diversidad de sus enseñanzas ocupaba el lugar preferente entre los libros "aptos, más bien que para probar los dogmas, para ser leídos a los fieles en orden a su instrucción espiritual". Este título que los designaba a todos se reservó después para el más extenso e importante de todos ellos.

Contenido y división

El Eclesiástico dedica algunas perícopas a exaltar la sabiduría, pero en su mayoría presenta un conjunto de normas morales sumamente útiles y provechosas que comprenden todas las virtudes y hacen referencia a todas las circunstancias y a las más diversas clases sociales, por lo que resulta un precioso tratado ascético espiritual. Tiene sobre el libro de los Proverbios la ventaja de que no sólo constata sus pensamientos, sino que los explica y desarrolla por medio de semejanzas y contrastes, dándoles una forma más elocuente y una mayor fuerza persuasiva, a la vez que los informa de un espíritu más religioso.
Al intentar hacer la división del libro, se tropieza con la dificultad indicada en Proverbios. Ben Sirac trata los diversos temas sin atenerse a un orden especial; más aún, repite algunos de ellos sin poner de manifiesto aspecto alguno nuevo que legitime la repetición. De ahí la dificultad de hacer una división que, por clara que resulte, siempre será un tanto artificial. Para la que proponemos tomamos como base: en cuanto a las partes, el c.24 con su singular y maravilloso elogio de la sabiduría, al que sigue un contenido en que se insiste en el aspecto social y familiar, y Si 42, que da comienzo a la última parte, parecida a Sb 10, 1-Sb 19, 22 de características distintas al resto del libro; en cuanto a las secciones, los elogios que de vez en cuando se hacen de la sabiduría, y que pueden considerarse como introducción a las mismas; todas ellas tienen una idéntica estructura: de la sabiduría divina se pasa a la sabiduría comunicada, y siguen más o menos consejos y exhortaciones prácticas, con la peculiaridad de que no se repiten los temas dentro de una misma sección. Indicamos al presentar la división la temática principal de las diversas partes y secciones del libro.

Prologo. Obra del Traductor

Parte Primera (Si 1, 1-Si 23, 27): Naturaleza, preceptos y beneficios de la Sabiduría.
Sección 1.a (Si 1, 1-Si 4, 11). Dignidad de la sabiduría. Temor de Dios. Confianza en Él. Piedad filial. Fortaleza. Humildad. Misericordia.
Sección 2.a (Si 4, 12-Si 5, 17). Ventajas de la sabiduría. Temeridad. Sinceridad. Buen uso de la lengua. Orgullo. Amistades.
Sección 3.a (Si 6, 18-Si 14, 20). Exigencias y ventajas de la sabiduría. Pecados a evitar. Deberes familiares y sociales. Prudencia con las mujeres y ciertos hombres, en el hacer el bien, respecto de los amigos y enemigos. El orgullo. Dios dispone todas las cosas. Las riquezas.
Sección 4.a (Si 14, 21-23). Diligencia en la búsqueda de la sabiduría. Los hijos impíos. El pecado no viene de Dios. Lo castiga. Él lo ve todo.
Sección 5.a (Si 16, 24-Si 23, 27). La Sabiduría en la creación. Dios crea al hombre; da la Ley a Israel. Perdona a quien se convierte y confía en Él. Verdadera y falsa sabiduría. Del buen uso de la lengua. Amistades. Diversas virtudes y defectos.
Parte Segunda (Si 24, 1-Si 42, 14): Excelencia y postulados sociales de la sabiduría.
Sección 1.a (Si 24, 1-Si 33, 6). Elogio cumbre de la sabiduría. Grandeza y atractivos. La sabiduría y la Ley. La ancianidad. En las relaciones sociales. La mujer buena y mala. Amistad y secretos. Diversas obras de misericordia. Peligros de las riquezas. Moderación en los banquetes. Hipocresía.
Sección 2.ª (Si 33, 7-Si 39, 15). La sabiduría, autora de los contrastes en la creación. La obra de Ben Sirac. El padre de familia. La Ley, la sabiduría, la experiencia y el temor de Dios, fuentes del buen obrar. Los sacrificios. La restauración de Israel. Prudencia en la elección de mujer, de amigos. Consejos referentes a la salud, al médico, a los muertos. El artesano y el escriba.
Sección 3.a (Si 39, 16-Si 42, 14). Himno de alabanza a la sabiduría que resplandece en la creación. Miserias de la vida humana. El temor de Dios. La mendicidad y la muerte. La descendencia de los justos y la de los impíos. Cosas de que avergonzarse y de que no avergonzarse.
Parte Tercera (Si 42, 15-Si 50, 28): La sabiduría en la naturaleza e Israel.
Sección 1.a (Si 42, 15-Si 43, 33). Canto a la sabiduría divina. El sol, la luna, las estrellas. Los fenómenos meteorológicos. Las obras de Dios superan toda alabanza.
Sección 2.a (Si 44, 1-50). Elogio de los grandes personajes de Israel: los patriarcas, caudillos, sacerdotes, profetas. Entusiasta elogio de Simeón en su actuación pontifical. Razas odiosas.
Epilogo (Si 50 , 29-31)
Apéndice: Oración y acción de gracias del autor (Si 51, 1-16)

El autor

El nombre del autor del Eclesiástico nos lo da el epiloguista: Jesús (yéshü'a, forma abreviada de yohóshü'a), nombre frecuente en la Biblia, cuyo significado es "Yahvé salva"; hijo de Sirac; en realidad, el padre de Jesús se llamaba Eleazar; pero, cuando el padre era menos conocido que el abuelo, se añadía el nombre de éste al del hijo en lugar del nombre del padre.
Ben Sirac debía de ser un escriba que gozaba de una buena posición social que le permitió dedicarse a los estudios desde su juventud. El prologuista, un nieto suyo, lo presenta como un hombre que se dio mucho a la lectura de la Ley, los Profetas y los otros libros patrios, con lo que llegó a adquirir gran ciencia y sabiduría. Muy probablemente ejerció su profesión en Jerusalén, como dan a entender sus exposiciones sobre la Ley, el temor de Dios, la sabiduría tradicional y, sobre todo, la minuciosa descripción de la liturgia del templo y de las actuaciones pontificales del sumo pontífice Simeón. Allí debió de abrir una escuela de instrucción moral para sus conciudadanos. Enriqueció sus conocimientos con las experiencias que le proporcionaron los viajes fuera de la patria y el conocimiento que adquirió con ellos de la filosofía griega. Tal vez siendo joven estuvo al servicio de algún rey extranjero, como era entonces costumbre entre los judíos de la alta sociedad; debió de ser entonces cuando fue objeto de una conspiración basada en una calumnia que puso en peligro su vida. Con la sabiduría adquirida en la lectura de los libros santos, que hizo arraigar en su alma sus convicciones religiosas, y la ciencia experimental obtenida en sus viajes, que le dio un sentido realista de la vida, compuso su libro. Debía de ser en la época en que lo escribió un anciano, erudito y virtuoso, rodeado de una estima universal, que no quiso bajar al sepulcro sin dejar una obra maravillosa con la que, aun después de su muerte, continuase comunicando a los demás la sabiduría de que a él lo hizo partícipe el Dios de Israel.

Fecha de composición

El libro mismo nos presenta dos indicios a base de los cuales se puede señalar con bastante precisión la época en que Ben Sirac compuso su libro: la afirmación del autor del prólogo respecto de su bajada a Egipto y la mención que al final del libro se hace del pontífice Simeón.
El nieto de Jesús, hijo de Sirac, autor del prólogo, llega a Egipto el año 38 del reinado de Ptolomeo Evergetes II, que reinó desde el año 170 al 116 (veinticinco años junto a su hermano Ptolomeo IV Filometor y veintiocho o veintinueve solo). Dado que él cuenta desde el 170, el año 38 del reinado de Ptolomeo Evergetes II sería el 132. Este dato nos lleva a señalar como fecha de composición del libro por su abuelo entre los años 200 al 170, no después de este año, en que comienza la persecución de Antíoco Epífanes contra los judíos, a que el autor del libro, de una fe religiosa profunda, no habría podido menos de aludir.
Otro dato, menos preciso, es el elogio que en el capítulo 50 se hace del pontífice Simeón, hijo de Onías. Dada la forma concreta y entusiasta del mismo, parece que su autor ha conocido al pontífice, que había muerto cuando escribió el libro, y ha presenciado sus actuaciones en el templo. Si bien hubo dos pontífices del mismo nombre y apellido, Onías I, que ejerció el pontificado del año 300 al 270, y Onías II, del 225 al 200, hay razones para pensar que fue Onías II el contemporáneo de Ben Sirac. En sus días fue restaurada la casa y consolidado el templo, edificado el muro y las torres de refuerzo y cavado el estanque. Ahora bien, Antíoco III el Grande, que reinó entre los años 223 al 187 e incorporó Palestina a su imperio, en agradecimiento a los judíos, que le proporcionaron lo necesario para su ejército, mandó que se terminasen, a sus expensas, los trabajos del templo, los pórticos y todo lo que tenía necesidad de ser reedificado. El pontífice conocido por el autor del Eclesiástico habría sido Simeón II. Por lo que el libro no habría sido compuesto antes del 200, en que muere este pontífice. Como tampoco lo debió de ser después del 170 por la razón indicada, Ben Sirac escribió su obra en los años intermedios, probablemente hacia el 180.

Fin y destinatarios

El fin general que se propuso el autor del Eclesiástico lo consigna su nieto en el prólogo que compuso para el mismo: "Escribir alguna cosa de instrucción y doctrina para quienes desearen aprenderla y, siguiéndola, aprovechar mucho más, llevando una vida ajustada a la Ley." En efecto, como dejamos consignado al tratar del contenido, este escrito inspirado es un precioso manual de moral práctica en que se recomiendan todas las virtudes y se fustigan todos los vicios; contiene normas de comportamiento incluso en los asuntos económicos y políticos, descendiendo a detalles de urbanidad e higiene. Por ello, quien leyere el libro y practicare sus enseñanzas llevará una vida perfectamente ajustada a la Ley.
El libro está dirigido, como dice también el prologuista, a todos aquellos que deseen instruirse en orden a un aprovechamiento espiritual mayor mediante el cumplimiento fiel de la Ley. Aquél hizo su versión para los judíos de la diáspora, que tenían que vivir en medio de los paganos, con el fin de que su lectura les ayudase a mantenerse firmes en la fe de los padres, con cuyo elogio termina el libro, y a practicar las virtudes del buen israelita sin dejarse arrastrar de las costumbres depravadas de los gentiles. Pero, aunque escrito primariamente para los judíos, el Eclesiástico resulta un precioso libro de lectura espiritual para los cristianos, que los fortalecerá en todas las virtudes y los apartará de todos los vicios. Después de los Salmos ha sido el libro más utilizado en la liturgia cristiana. San Agustín escribía al fin de su vida que había encontrado en la obra de Ben Sirac más recursos para la vida espiritual que en ningún otro libro.

Doctrina religiosa

Dogmática:
1. Dios.- Existe desde la eternidad; ha creado todas las cosas, también a los vivientes y al hombre, que hizo a su imagen; sus obras predican su grandeza y poder, su sabiduría, su gloria y su providencia. Es justo y misericordioso para con el hombre; omnisciente, conoce sus mismas intenciones y ve aun las obras que realiza en la oscuridad. No tiene acepción alguna de personas.
2. La sabiduría.- Ella misma afirma su origen divino y misterioso, existe desde la eternidad, está siempre con el Señor, es insondable e inconmensurable. Está por encima de todas las criaturas, las conoce y se manifiesta en todas ellas. Impera sobre todos los pueblos, pero estableció su peculiar morada en Israel, a quien comunicó la Ley, que encierra la auténtica sabiduría y protegió con singular providencia a través de sus ilustres personajes. Tiene el temor de Dios como principio, plenitud y corona; a quienes realmente lo sienten, la Sabiduría confiere beneficios de orden moral, práctica de las virtudes y huida de los vicios, y de orden físico, que constituyen una bendición de Dios: una vida larga, paz y salud, gozo y alegría, honor y gloria. Para obtenerla es preciso un sincero deseo y profundo amor de la misma, que lleva a poner en práctica los medios para conseguirla: la meditación de sus enseñanzas, escuchar las instrucciones de los sabios y experiencias de los ancianos, perseverar en sus dictámenes en medio de las dificultades. Como afirmaremos en el comentario al c.24, y por las razones indicadas en la introducción al libro de la Sabiduría, creemos que Ben Sirac no conoció el misterio de la segunda Persona divina, sino que personificó el atributo divino, pero tan fuertemente y empleando tal lenguaje, que se coloca a medio camino entre la mera personificación y la distinción de la Persona divina, señalando un paso notable, con los otros autores sapienciales, en la revelación del misterio trinitario.
3. El hombre y sus postrimerías.- Ha sido creado por Dios según su propia imagen, le ha dotado de inteligencia y sentidos, de libertad, de modo que puede escoger el bien o el mal, del que, en consecuencia, es responsable; le da a conocer sus grandes obras para que alabe su santo nombre. Le ha constituido príncipe de la naturaleza. Sus días están contados, y todas sus obras ante los ojos del Señor. Después de la muerte, cosa amarga para unos, alivio para otros, el hombre baja al seol, donde no hay gozo o placer alguno ni se alaba a Dios. Ben Sirac no habla de un premio para los buenos y un castigo para los malos en el más allá; ambos obtienen lo que sus acciones merecen en los bienes y males de la vida presente, y después de ella en la honradez o maldad de sus hijos y en el recuerdo bueno o execrable que deja en las generaciones que le siguen.
4. Israel y el mesianismo.- Israel se encuentra humillado, sometido al yugo extranjero. En esas circunstancias, el sabio eleva una súplica a Yahvé por la restauración del pueblo escogido (c.36), en que aparece la idea mesiánica, que no se encuentra en ningún otro lugar del libro. Anhelando días mejores, implora el cumplimiento de las promesas de una era en que el pueblo escogido, libre de sus enemigos, pueda cantar alegremente las grandezas del Señor (v.8-12 y 17; la destrucción de los enemigos es una de las señales de los tiempos mesiánicos), la reunión de todas las tribus en la patria prometida (v.13), que los profetas anunciaron para los tiempos mesiánicos, y la glorificación de Jerusalén y el templo (v. 15-16), igualmente predicha por los profetas para la plenitud de los tiempos. También en el cántico que se intercala en el c.51 entre los v.17 y 18 quieren ver algunos una alusión al Mesías en el "Alabad al que hizo brotar el cuerno de la casa de David." Pero la autenticidad del canto es muy discutida.
Moral:
1. Deberes para con Dios.- Ben Sirac recomienda la alabanza a Dios por su providencia y por su obra, creadora, que el hombre ha de tributar en esta vida, dado que ello no es posible en el hades; la acción de gracias por los beneficios recibidos; la conversión al Señor, que aleja de toda iniquidad; la confianza en Él; la oración, que le es grata particularmente cuando proviene de un corazón afligido; los sacrificios, que para que sean aceptos al Señor han de ir acompañados de las disposiciones interiores.
2. Deberes para con el prójimo.- De los padres para con los hijos y de los hijos para con los padres; de todos para con sus familiares, para con los domésticos, para con los amigos; para con el sacerdote; para con el médico; para con los pobres y afligidos; para con los mismos muertos. Recomienda hacer el bien al prójimo.
3. Virtudes.- El autor del Eclesiástico recomienda un vasto conjunto de virtudes: beneficencia para con el bueno; misericordia para con el necesitado; amabilidad en el trato para con los demás; perdón y olvido de las injurias; la humildad; la mansedumbre; el amor y fidelidad a los amigos; la sinceridad; el recto uso de la lengua, tan frecuentemente recomendado por los sabios; la prudencia en el uso de las riquezas, en los negocios, en el trato con ciertas clases de hombres, en el trato con las mujeres, en la fianza, en la hospitalidad; la obediencia; la penitencia; la laboriosidad; la templanza; la tenacidad; la moderación en el vivir; fidelidad en la guarda de los secretos; cautela en la manifestación de los sentimientos interiores; la exactitud en las pesas; valentía para no avergonzarse ante lo que la conciencia ordena y para evitar lo que aquélla reprocha; la alegría.
4. Vicios y defectos.- Paralelamente, Ben Sirac condena toda clase de vicios y defectos: hacer el mal, aun a aquellos que te lo hicieren; el pecado, y sobre todo la reincidencia en él; las malas compañías, que conducen a él; la soberbia; la hipocresía; la ira; la ambición; la injusticia; la falsa vergüenza; la confianza en el número de los sacrificios; la indisciplina de los hijos; la mentira; la maledicencia; el falso testimonio; la intemperancia ni; la sensualidad; la envidia; la falsa confianza en las riquezas y en el poder, en la misericordia de Dios para continuar pecando; el burlarse del afligido; la negligencia; la mendicidad del negligente.
5. Además, Ben Sirac nos presenta en su obra maravillosos contrastes entre el sabio y el necio, indicando a veces la manera de comportarse con éste; entre la mujer buena y la mala; entre la verdadera y la falsa vergüenza; entre los buenos y los malos consejeros; entre la verdadera y la falsa amistad. Hace preciosas recomendaciones sobre la elección de los amigos; precisa cuál es la verdadera amistad, dónde se encuentra la verdadera gloria, que radica en el temor de Dios. Tiene también para los gobernantes oportunas advertencias y consideraciones. Advierte que no hay que juzgar las cosas por las apariencias, que es preciso dejarse aconsejar de los sabios; encomia el valor de la experiencia; desciende hasta dar normas de educación y recomendar el cuidado de los rebaños. Pone de relieve la miseria humana, la temeridad del pecador.
Los motivos en que se apoya toda esta moral del Eclesiástico son los mismos de los libros precedentes. Se proponen a veces motivos elevados, como el temor de Dios, que es la piedad filial para con El; el bien del prójimo, la alegría de los padres, las postrimerías, etc., lo que es admirable en aquellos autores, que desconocían los misterios del amor de Dios, que revelaría el Nuevo Testamento, y el premio y castigo eternos del más allá. Pero la mayoría de las veces se trata todavía de motivos egoístas y humanos: conseguir la bendición de Dios, que confiere gloria y honor; bienes humanos, que hacen más feliz la vida sobre la tierra; y defiende de los males que la vida humana lleva muchas veces consigo; la benevolencia de los hombres, de cuyas buenas o malas relaciones en la vida depende en no pequeña parte la felicidad humana.

Canonicidad

1. El autor del libro se presenta como profeta inspirado, y su libro tuvo un gran prestigio entre los judíos, como lo demuestra su frecuente utilización en los libros apócrifos y en la literatura rabínica.
Sin embargo, los judíos palestinenses no lo admitieron en el canon de libros sagrados, mientras que los judíos de la diáspora lo consideraron como inspirado, lo mismo que los otros deuterocanónicos, dado que todos ellos se encuentran mezclados con los protocanónicos en la versión de los LXX. Probablemente también los judíos de Palestina consideraron al principio como libros inspirados tanto los deutero como los protocanónicos, y sólo en el siglo I y II después de Cristo rechazaron los primeros, el Eclesiástico en concreto, por sus tendencias antifarisaicas: Ben Sirac recomienda, sí, las prácticas exteriores de la Ley, pero insiste en las disposiciones interiores, no hace profesión alguna de fe en la resurrección, que admitían los fariseos, y elogia la estirpe sacerdotal de los saduceos, que eran enemigos de aquéllos.
2. La Iglesia cristiana recibió su canon de los judíos alejandrinos a través de la versión de los LXX y consideró desde un principio el libro como inspirado. Si bien no lo citan los libros canónicos del Nuevo Testamento -tampoco son mencionados algunos protocanónicos-, se deja ver su influencia en algunos de ellos, particularmente en la carta de Santiago. Los Padres Apostólicos citan el libro con las mismas fórmulas que emplean para los protocanónicos, lo que indica que la Iglesia primitiva lo tuvo por inspirado.
En los siglos siguientes encontramos ciertas vacilaciones acerca de la inspiración del libro, debidas sobre todo al influjo de Rufino y San Jerónimo. El primero da en su catálogo de libros canónicos del Antiguo Testamento los del canon hebreo, y añade que hay otros libros que los antiguos llaman no canónicos, sino "eclesiásticos", que deben ser leídos para edificación de los fieles, pero no pueden utilizarse para probar los dogmas. San Jerónimo, después de enumerar los libros protocanónicos, añade tajantemente que todo libro no contenido en la precedente enumeración ha de ser contado entre los apócrifos, añadiendo expresamente que "la Sabiduría y el libro de Jesús, hijo de Sirac..., no están en el canon." Pero es de advertir que los mismos Padres que teóricamente parecen excluirlo del canon, en la práctica los citan con las mismas fórmulas técnicas con que presentan como inspirados los libros protocanónicos. Y el mismo San Jerónimo, antes del año 390, en que se puso en contacto con los judíos, a cuya influencia se debe, sin duda, su posterior opinión sobre el canon de los libros del Antiguo Testamento, reconoció el carácter sagrado del Eclesiástico y lo citó como tal.
La mayoría de los Padres y escritores, sin embargo, mantuvieron la canonicidad del libro. Orígenes y Clemente de Alejandría lo citan numerosas veces como Escritura santa. San Atanasio, metropolita de la iglesia de Egipto; San Cirilo de Jerusalén y San Epifanio, a pesar de no incluirlo en sus catálogos, lo citan como Escritura divina. San Agustín, que lo cita lo mismo que los otros libros canónicos, afirma que el Eclesiástico "fue recibido desde antiguo por la Iglesia, especialmente la occidental, como libro de autoridad"; dice de los deuterocanónicos que "han de ser enumerados entre los proféticos". Inocencio I, en su carta a Exuperio, lo enumera juntamente con los otros sapienciales en el canon de libros inspirados. De modo que la Iglesia, aun en los siglos en que aparecieron las dudas, en su mayor y mejor parte, consideró como santo y canónico el libro del Eclesiástico. Con razón el concilio Tridentino, basándose en la tradición eclesiástica, lo incluyó en la lista de escritos que definió como inspirados. Sin duda que influyó en las dudas el carácter moral, más bien que dogmático, del libro, que lo hace más apto para la instrucción y reforma de las costumbres que para probar las doctrinas dogmáticas; pero esto nada dice en contra de su inspiración. Y quizá era señalar esta diferencia, más que negar su inspiración, lo que querían indicar los Padres al distinguir los deuterocanónicos de los protocanónicos.

Texto y versiones

1. El texto hebreo.- El libro del Eclesiástico fue escrito en la lengua hebrea. Así lo afirma el autor del prólogo y San Jerónimo en su Introducción a los libros sapienciales. Por los siglos XI-XII desapareció, debido sin duda a la exclusión del canon por parte de los judíos, del Eclesiástico, hasta que los hallazgos de los años 1896-1900 y del año 1931 volvieron a la luz unas tres quintas partes del libro. Primero dos señoras inglesas, I. Lewis y M. Gibson, hallaron el fragmento Si 39, 15-Si 40, 7, cuya autenticidad demostró el profesor de hebreo de la Universidad de Cambridge, Dr. Schechter. Muy poco después, A. E. Cowley y A. Neubauer descubrieron, entre los fragmentos hebreos que el profesor Sayce trajo de la Ceniza de El Cairo a la Biblioteca Bodleiana, nueve folios que contienen 40, 9-Si 49, 11. Ulteriores investigaciones llevadas a cabo por Schechter, Levy y Gaster sobre manuscritos exhumados de la misma Ceniza descubrieron cuatro fragmentos, designados con las letras A ? C D, a los que el año 1931 se añadió el E, descubierto por el rabino de Nueva York J. Marcus entre los manuscritos de la colección de E. Adler en la biblioteca del seminario de teología judía de América; contienen entre todos unos 30 capítulos. El contenido total de los descubrimientos comprende 40 capítulos de los 51 del libro, concretamente 1.090 versos de los 1.616 de la obra. Todos los manuscritos son de los siglos X-XII. Su estudio crítico y el de las citas que se encuentran en los escritos rabínicos indican la existencia del hebreo, al menos en dos recensiones, ya en el siglo II a.C., lo que confirman las versiones. El códice C es el que da mejores lecciones. En la cueva segunda de Qumrán han sido hallados restos de dos manuscritos hebreos, uno de los cuales contiene Si 6, 20-31.
2. La versión griega.- Es la más antigua e importante de las versiones. Fue hecha por un nieto del autor, autor del prólogo, que conocía muy bien la lengua griega y la versión a esta lengua de los otros libros. No conocía tan perfectamente la lengua hebrea; a veces no entendió el hebreo; otras, quizá por un error en la lectura, expresó un sentido distinto. A sus errores o conjeturas personales hay que añadir los de los copistas posteriores. No obstante estas imperfecciones, la versión es fiel y representa el mejor texto del Eclesiástico que conocemos. Es más completo que los fragmentos hebreos encontrados, con cuya ayuda puede a veces encontrarse el original griego. Se conserva en dos recensiones: una más breve (texto primario), que se encuentra en los principales códices unciales BSA y en casi todas las ediciones de los LXX, la Sixtina, Holmesiana, Cantabrigense, Gotingense, las manuales de Swete y Rahlfs. La segunda (texto secundario) es más amplia y se encuentra en el códice cursivo 248, en la Poliglota Complutense y en la edición de Hard. Sus adiciones parecen provenir en parte por una diversa recensión del texto hebreo, en parte por el deseo de recomendar ciertos puntos doctrinales, como el amor de Dios, la piedad, la esperanza de la vida futura; y son en su mayoría rechazadas por los críticos como interpolaciones. Ambas colocan la sección Si 33, 13a-36, 16a entre los v.24 y 25 del c.30, debido, sin duda, a la transposición de algunos folios, contra el orden del texto hebreo y versiones siríaca y vulgata, que es el orden recto.
3. La versión latina del Eclesiástico que contiene la Vulgata es el texto de la Vetus Latina, cuyo origen se remonta a la primera mitad del siglo III. San Jerónimo, no creyendo en la inspiración del libro, ni revisó la versión de la Vetus Latina ni lo tradujo del hebreo. Parece hecha de un códice del texto secundario, pero distinto de los códices que han llegado a nosotros, tal vez teniendo en cuenta el texto hebreo de otra recensión. Con el tiempo recibió nuevas adiciones, de modo que en casi todos los capítulos tiene uno o varios versos que no se encuentran en otra parte. El latín es popular y decadente; contiene frecuentes solecismos y palabras griegas transcritas en caracteres latinos. Kearns, aun reconociendo que las adiciones del texto secundario no están en el original, las considera como inspiradas. Compara el caso con el Pentateuco, que contiene glosas y notas explicativas de "un autor inspirado" hechas después del período mosaico. Y se apoya sobre todo en el hecho de que la Iglesia occidental ha recibido el Eclesiástico en "una forma que presenta la mayor parte de las características del texto secundario" (la Vulgata) y el Tridentino declaró sagrados y canónicos los libros "con todas sus partes"; ahora bien, "sería temerario, dice, negar que muchas de esas adiciones sean partes -partes integrales- del Eclesiástico, tal como lo tenemos en la Vulgata, porque sin ellas quedaría doctrinalmente sólo la parte más pobre."

Prologo del Traductor Griego

Grandes y ricos tesoros de instrucción y sabiduría nos han sido transmitidos en la Ley, en los Profetas y en los otros libros que les siguieron, por los cuales merece Israel grandes alabanzas. Pues no solamente los que pueden leerlos en la lengua original vendrán a ser doctos; pero aun los extraños, deseosos de aprender, saldrán aprovechados para hablar o escribir.
Mi abuelo Jesús, habiéndose dado mucho a la lección de la Ley, de los Profetas y de los otros libros patrios, y habiendo adquirido en ellos gran competencia, se propuso escribir alguna cosa de instrucción y doctrina para quienes desearan aprenderla y, siguiéndola, aprovechar mucho más, llevando una vida ajustada a la Ley. Os exhorto, pues, a leer esto con benevolencia y aplicación y a tener indulgencia por aquello en que, a pesar del esfuerzo puesto en la traducción, no hemos logrado dar la debida expresión a las palabras, pues las cosas dichas en hebreo no tienen la misma fuerza cuando se traducen a otra lengua.
No sólo este libro, sino aun la misma Ley y los Profetas y los restantes libros traducidos, difieren no poco comparados con el original.
Llegado a Egipto el año treinta y ocho del reinado de Evergetes, y habiendo permanecido allí mucho tiempo, hallé una diferencia no pequeña en la doctrina. Y así juzgué necesario poner alguna diligencia y trabajo en traducir este libro. En este intervalo de tiempo trabajé y velé mucho y puse toda mi suficiencia en llevar a buen término la traducción del libro, para utilidad de los que en el destierro quieren aprender y estén dispuestos a ajustar a la Ley sus costumbres.
Un nieto de Jesús, hijo de Sirac, compuso para la obra de su abuelo este prólogo, que, si bien no goza del carisma de la inspiración, permite conocer otros pormenores.
Comienza haciendo en él un elogio de los tesoros de "instrucción y sabiduría" que encierran los libros sagrados, designados aquí por primera vez con la triple distinción que se hizo clásica en los judíos: la Ley, los Profetas (desde Josué a Malaquías) y los hagiógrafos (en que se incluyen también Daniel, Rut y casi todos los sapienciales). Los dos términos son frecuentes en la literatura sapiencial. La sabiduría designa la ciencia que enseña el arte del buen vivir, que es una vida conforme a la voluntad de Dios. La instrucción se refiere más bien a la educación, la disciplina, la corrección, que enseña a vivir esa vida y a ser sabios. La grandeza inmensa del pueblo israelita, nación pequeña e insignificante frente a grandes imperios orientales de la antigüedad, radica en su elevación de doctrina y moral sobre todos ellos, en la verdadera sabiduría e instrucción contenida en sus libros sagrados, depositarios de la revelación divina. Con su lectura y estudio, los ya "sabios," es decir, los escribas, que podían leerlos en su lengua original (el pueblo israelita hablaba el arameo, y los judíos de la diáspora el griego), crecerán en sabiduría, descubriendo nuevos tesoros en ellos; y sus discípulos, aquellos que frecuentaban las escuelas oficiales de los escribas y formaban una clase especial, se capacitarán para hacer partícipes de la sabiduría en ellos encerrada a los judíos de la diáspora, a los prosélitos, a los gentiles mismos. Los libros sapienciales tienen perspectivas universalistas.
Después hace la presentación y elogio del autor del libro. Fue éste su abuelo, un asiduo lector de los libros sagrados, en cuyo conocimiento aprovechó tanto, que se creyó en el deber de escribir su obra con la finalidad práctica antes indicada en la introducción. La sabiduría judía no miraba solamente a la instrucción intelectual, sino también y principalmente a la educación, disciplina de la voluntad y del corazón en orden a una vida conforme a la Ley. Exhorta a leerlo con diligencia y aplicación y pide excusa y comprensión para las deficiencias que en su versión pueda haber cometido, no obstante el esfuerzo que ha puesto. Los mismos libros de la versión de los LXX, traducidos en su mayor parte, no habían conseguido el ideal apetecido, a pesar de haberlo sido por hombres muy doctos. Y es que, como observa muy bien Calmet, "por muy bella y exacta que sea una traducción, es siempre menos expresiva que su original. Los términos de dos lenguas diversas casi nunca vienen a tener la misma significación. Ver sólo la obra traducida es contemplar una tapicería al revés; son los mismos personajes, pero no presentan ni la misma belleza ni la misma gracia. Dice San Jerónimo a este propósito que causan náuseas los alimentos masticados con los dientes de otro (In Ezech 1.7 prael.)". Lo cual tiene más plena aplicación cuando se trata de dos lenguas y dos idiosincrasias tan diferentes como la hebrea y la griega.
Finalmente, indican las circunstancias y motivos que lo indujeron a llevar a cabo su versión: habiendo llegado a Egipto el año 132 a. de C. y permanecido allí largo tiempo, pudo confrontar la diferencia de instrucción religiosa entre los judíos de Palestina y los que vivían en Egipto. Estos poseían una cultura religiosa inferior, y tal vez al contacto con la sabiduría egipcia habían ido adulterando algo la doctrina tradicional. Ello lo decidió a traducir el libro, obra en que puso toda su inteligencia, con el fin de que también los judíos de la diáspora pudieran conocer los postulados de la verdadera sabiduría y vivir, en medio de un ambiente de costumbres paganas, una vida ajustada a la Ley, digna de un israelita.